UNA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO HUMANO I
Patricio Valdés Marín
Desde los albores de la filosofía las
diversas concepciones sobre qué y cómo conocemos han estado en la base de su
epistemología, dividiéndose consecuentemente en diversas escuelas a lo largo de
su historia y determinando sus demás ramas. La teoría del conocimiento que se
expone a continuación es realista y monista. Ella proviene de dos libros
electrónicos míos de reflexión (IV y V), escritos como pasatiempo a lo largo de
más de un cuarto de siglo. En un tema tan espinoso, sospecho que esta teoría
sea probablemente muy debatible.
Conciencia y realidad
El conocimiento
trata sobre ‘qué’ aprehende la conciencia de la realidad, lo que es tratado por
la epistemología. Una teoría del conocimiento versa sobre ‘cómo’ la conciencia
aprehende la realidad. Una gran paradoja es que la realidad es de entes
individuales y concretos, pero el conocimiento que tiene el sujeto es de ideas
universales y abstractas, e intenta sin embargo ser verdadero. Otra gran paradoja
es que en la realidad las cosas son múltiples y mutables, mientras que la idea,
que es una representación de las cosas, persigue la unidad y la permanencia.
La conciencia es la capacidad mental que posee un sujeto para
pensar, sentir y actuar para relacionarse con la realidad, es decir, ella es la
capacidad para adquirir la representación de un objeto, ser afectado
afectivamente, actuar sobre éste y memorizar esta experiencia. El sujeto humano
es la persona, que es una unidad ontológica única e irrepetible; es una
identidad que actúa, no instintiva, sino libremente; es una substancia que
razona, delibera, intenciona y es responsable; es un organismo biológico
transcendente; es un sujeto de conocimiento abstracto, sentimientos y
causalidad autónoma; es una criatura capaz de relacionarse íntimamente con
Dios. Progresivamente, desde el determinismo del instinto hasta la libertad de
la razón, se distingue la conciencia de lo otro, la conciencia de sí y la
conciencia profunda.
La realidad, que es lo que rodea al sujeto, es el lugar
de los objetos. Éstos son individuales y concretos, múltiples y mutables y
también son cognoscibles y relacionables. La realidad que el sujeto conoce es
la sensible y, por lo tanto, pertenece al universo material. En la realidad no
existen ideas ni significados. La realidad llegó evolutivamente a ser
cognoscible y pensable por nuestra mente de modo análogo a la forma cómo el ojo
humano es sensible precisamente a las longitudes de onda de las radiaciones electromagnéticas
de mayor intensidad del Sol.
La verdad es la consonancia o conformidad de la
conciencia con la realidad. Una imagen es la representación más individual y
concreta de un objeto, en una relación prácticamente uno a uno. Mientras más
universal sea la idea, habrá más significaciones e interpretaciones, pudiendo,
en las ideas más abstractas, la verdad tornarse difusa y hasta contradictoria.
La verdad se obtiene haciendo un esfuerzo crítico para desligarla de prejuicios
y contradicciones y comprendiendo la causalidad que relaciona las cosas. La
certeza, en cambio, se logra en el plano del conocimiento, no de las relaciones
ontológicas, sino de las relaciones causales y su fundamento es la ley natural
que resulta de aplicar el método empírico.
El cerebro
Frente a la ambivalencia del ambiente de ser tanto
providente como destructor, el organismo requiere las aptitudes de un sistema
de información del medio y un sistema de respuesta a sus variadas exigencias
para sobrevivir. El sistema nervioso que surgió evolutivamente puede enviar
instantáneamente señales respecto al ambiente. Las unidades discretas básicas
de este sistema son las neuronas y las glías. Las primeras tienen propiamente
las funciones de comunicación y almacenaje de información, transmitiendo o no
señales o datos de información, conduciendo y transmitiendo señales, desde las
dendritas hasta el axón, sin transportar propiamente energía, sino que señales
eléctricas, y segundo, almacenando estas señales o datos. El sistema nervioso consiste
en tres unidades discretas básicas: el cerebro o sistema nervioso central, la
red nerviosa aferente o sensorial cognitiva-afectiva y la red nerviosa eferente
o motora. Gracias a estas dos redes, el cerebro se relaciona con el medio externo
tanto para ser afectado como para afectarlo.
Respecto al mecanismo cognitivo del sistema nervioso,
éste consiste básicamente en traducir las manifestaciones electromagnéticas y
gravitacionales, que provienen del medio externo, en sensaciones de impulsos
nerviosos que la red aferente envía al cerebro. Allí, esta información es
sintetizada en percepciones. A su vez, éstas estructuran imágenes, las que, en
los seres humanos, llegan a ser las unidades discretas de las ideas. Incluso en
ellos las ideas se estructuran en juicios y conclusiones lógicas. Nada hay en
el intelecto que no haya pasado por los sentidos. En el cerebro una emoción o una idea es un
conjunto de impulsos electroquímicos que se van desplazando velozmente a través
de y entre determinadas neuronas del cerebro. Una estructura psíquica requiere
por tanto un medio neuronal activo (un determinado conjunto de neuronas unidas
sinápticamente) para existir y sus unidades discretas son impulsos
electroquímicos que se desplazan por este complejo. La función de la memoria es
doble: adquirir y retener información, y evocar la información retenida.
El cerebro puede describirse analógicamente como una
fábrica que contiene divisiones, las cuales están divididas en talleres, y
éstos poseen máquinas. Digamos que las máquinas son las neuronas que procesan,
en la escala de talleres, las sensaciones y producen percepciones. Los talleres
procesan las percepciones y producen imágenes. Las divisiones obtienen ideas a
partir de los insumos generados por los talleres. Si éstas pasan a través de la
unidad de procesamiento lógico de la fábrica, el producto final son los juicios
y proposiciones, para concluir en la profundización de la conciencia. Para
almacenar tanto los insumos como los productos terminados todas estas etapas
recurren a bodegas que representan memorias.
El cerebro fue un desarrollo ulterior del sistema
nervioso. Él procesa la información y expide nuevas señales a los centros
viscerales y motores para permitir una reacción apropiada a las exigencias del
ambiente. Es la central receptora de las sensaciones con su enorme flujo de
información que proviene desde los cinco sentidos, es el lugar formador de las percepciones,
es el taller creador de imágenes, es la unidad sintetizadora de ideas, es el
centro lógico de raciocinios, es el almacén de memorias que se guardan por
décadas y que se recuerdan cuando es necesario, es el cuartel arbitrador de
deseos, es el eje de otros muy variados procesos psicológicos, como el
pensamiento instintivo, lógico y abstracto, el lenguaje y la comunicación, es
el albergue de emociones y sentimientos, es el origen de las acciones intencionales
e instintivas, y también es el centro controlador de cientos de músculos que
funcionan simultáneamente para llevar a la acción los deseos que formula. Todas
estas funciones mentales o psicológicas se efectúan en aquel montón de jalea
grisácea sin ordenamiento ni organización aparente pero interconectada densamente
de un modo unitario y no homogéneo.
El cerebro humano es el producto de una larga evolución
biológica y fue moldeado por los avatares propios de su mecanismo, donde el
azar, lo aleatorio, el indeterminismo y la oportunidad son la norma de la
selección natural. El desarrollo de su gran tamaño y capacidad indujo
probablemente la evolución de otros sistemas que a su vez lo reforzaron, como
la capacidad de visión estereoscópica y la de oponer el pulgar contra los otros
dedos de la mano. Este desarrollo tuvo por objeto regular y coordinar mejor las
acciones del organismo respecto al ambiente y al tener la acción que depender
más de la cultura que de las condiciones hereditarias y fijas propias del instinto
privilegió el comportamiento intencional por sobre el comportamiento
instintivo, lo cual resultó en una ventaja adaptativa extraordinaria al
posibilitar a los individuos de la especie homo responder mucho mejor a las
exigencias del medio y mejorar de este modo sus posibilidades para sobrevivir y
reproducirse.
El cerebro es el único órgano biológico que permite una
considerable adaptación plástica al ambiente para obtener recursos, abrigo, cobijo
y medios de defensa: mientras mayor es la inteligencia, más se amplía la gama
de medios que permiten una mejor supervivencia. Él evolucionó de modo tal que posibilitó
a los individuos fabricar utensilios que extendieron las funciones de sus
cuerpos y permitió el acceso al conocimiento por medio del lenguaje, que es lo
que constituye la cultura, y la acumulación del conocimiento en la memoria
colectiva. Estas modificaciones evolutivas, que perseguían únicamente la
subsistencia de las especies homo dentro de un nicho ecológico dado,
posibilitaron posteriormente la intervención de nuestra especie en virtualmente
todos los nichos ecológicos de todos los ecosistemas de nuestra biosfera. En
este desarrollo, cuya mecánica es asegurar la prolongación de la especie a
través de individuos cada vez más aptos, la evolución del cerebro produjo en
los humanos un órgano –probablemente la concentración de masa más complejamente
organizada y funcional del universo– capaz de conocer en forma abstracta,
razonar en forma lógica, comandar la acción en forma intencional y albergar sentimientos.
Estas mutaciones resultaron ser tan en demasía favorables para la prolongación
de nuestra especie que para multitudes de otras inocentes especies nos hemos
transformado en una devastadora plaga depredadora.
La mente
La distinción entre mente o intelecto y cerebro proviene
de considerar al cerebro como una estructura fisiológica y a la mente como el
conjunto de las funciones psicológicas de dicha estructura. Ésta constituye a
su vez una estructura psíquica con funciones psicológicas en escalas
incluyentes de estructuración. La imagen de una vela encendida puede servir de
analogía para comprender el cerebro, sus funciones psicológicas y sus productos
psíquicos. La vela, que representa el cerebro, es un objeto tangible y
palpable. La llama, que representa la mente y sus manifestaciones psicológicas,
es producto de la cera, el pabilo y el oxígeno, que representan las neuronas,
sus conexiones, los vasos sanguíneos y el flujo electroquímico del cerebro. La
función psicológica produce tres tipos de estructuras psíquicas diferenciadas:
la cognitiva, la afectiva y la efectiva, las que se reúnen en la conciencia. Todas
las funciones psicológicas del cerebro generan la mente, como el aprendizaje,
la memoria, el entendimiento, el pensamiento, las representaciones de las
cosas, el raciocinio, el juicio, los sentimientos correlativos que se
estructuran acerca de éstas y la intervención intencional sobre las mismas, que
estamos ahora considerando. La mente es la estructura psíquica que produce el
cerebro fisiológico, estando sustentada en éste.
La mente alberga los llamados ‘contenidos de conciencia’ estructuras
psíquicas o representaciones, tales como las percepciones, las imágenes y las
ideas que se generan a partir exclusivamente de las sensaciones. Nuestra teoría
de la complementariedad de la estructura y la fuerza puede explicar este
mecanismo. Ella establece por una parte que toda cosa está compuesta de la estructura
y la fuerza como las dos caras de una moneda. Toda cosa es una estructura
funcional, pues ejerce fuerzas y es receptora de fuerzas, siendo
respectivamente causa o efecto en una relación causal. Una relación causal
puede terminar un una estructuración o también en una desestructuración o
destrucción estructural. También esta teoría establece que toda estructura se
compone de unidades discretas funcionales, que son sus subestructuras y que pertenecen
a la misma escala que es inferior y que son estructuras en sí mismas, y así
sucesivamente en escalas inclusivas. También toda estructura es parte o unidad
discreta de otra estructura de escala superior, y así sucesivamente a través de
distintas escalas inclusivas.
Los contenidos de conciencia son las sensaciones, las
percepciones, las imágenes y las ideas. Una idea más abstracta, o concepto, se
estructura en una escala superior a partir de ideas más concretas mediante la
relación ontológica. Las ideas concretas son estructuras constituidas por
unidades discretas de una escala inferior de imágenes u objetos de percepción.
Las imágenes son estructuras en una escala aún inferior compuestas por unidades
discretas de percepciones. Las percepciones son estructuras consistentes en
unidades discretas en una escala todavía inferior de sensaciones. Por último,
las sensaciones son estructuras compuestas por unidades discretas en la escala
básica de señales que provienen del medio externo a través de los sentidos de
percepción.
Los contenidos de conciencia son representaciones significativas
de alguna escala determinada y están referidos necesariamente a contenidos de
conciencia de una escala inferior. Además, los contenidos de conciencia están
referidos potencialmente a contenidos de escala superior. Una representación es
una versión interpretada o reconstruida. La mente adquiere ideas a partir de la
experiencia que nos viene a través de sensaciones de objetos de la realidad, es
decir, produce algo que es abstracto y universal de algo que es concreto y
particular. Ella relaciona los contenidos de una misma escala y los estructura
en una escala superior, cuyos contenidos los vuelve a estructurar en una escala
aún superior, y así sucesivamente hasta llegar a la idea más abstracta y
universal posible. Podemos entender por relacionar precisamente estructurar. Los
contenidos de conciencia de escalas superiores siempre están referidos a sus
componentes de escalas inferiores y más primitivas. Siempre es una
representación del objeto y siempre lo está significando. La veracidad de un
contenido de conciencia, que es la calidad de su correspondencia con el objeto
representado en cualquier escala, está en relación directa con la fidelidad que
llegue a representar la cosa objetivada.
La capacidad de la mente humana para relacionar rápida e
incesantemente contenidos de conciencia está detrás de una actividad de
continua elaboración y reelaboración. La mente no genera fantasmas ni elabora
fantasías a partir de la nada. Existe fuera de ella un mundo real, sensible, de
donde primero extrae sus representaciones, las almacena en su memoria y las
recuerda cuando es necesario. Luego, estos contenidos los ordena y reordena,
los cambia y trastoca, los relaciona y combina permanente, sintética y críticamente
para estructurar unidades en escalas sucesivamente incluyentes, hasta la
obtención de ideas abstractas, juicios y conclusiones, que siempre están
referidos a sus orígenes en el objeto, en un proceso que puede ser cada vez más
complejo, sutil, fiel, certero, profundo y verdadero.
La mente avanza desde la multiplicidad y mutabilidad de
lo individual de la realidad hacia la unidad e inmutabilidad de lo universal de
la idea. Mientras la realidad se presenta como una diversidad de cosas
aparentemente caóticas y sin mucha relación en medio de un continuo fluir y
cambio, la idea abstracta en nuestra mente se refiere a conjuntos de cosas
relacionadas en unidad y permanencia. Ocurre que estas características de
unidad y permanencia se encuentran significativamente en las cosas de la
realidad objetiva por lo que tienen en común, y nuestra mente tiene la
capacidad precisamente de encontrarlas. Si nuestra mente puede abstraer
elementos significativos y comunes de las cosas, pudiendo universalizarlos, es
porque las cosas están constituidas por dichos elementos que el intelecto luego
relaciona, comprendiéndolos. La mente evolucionó exigida por la lucha por
sobrevivir justamente en la aparentemente caótica realidad. En consecuencia,
podemos definir la mente como la capacidad para relacionar las representaciones
de las cosas (sensaciones, percepciones, imágenes, e ideas o conceptos), buscando
encontrar aquello que relaciona ontológicamente las cosas. La abstracción no
significa un apartarse de la realidad concreta, sino que es una capacidad de la
mente para racionalizar la realidad concreta y otorgarle universalidad y
necesidad.
La mente tiene la capacidad para construir todo un mundo
conceptual tan significativo como abstracto y que, aunque se trate de la más
pura fantasía, está indisolublemente referido al mundo de las cosas concretas
que nos rodean y experimentamos. Además, ella busca que aquel mundo está
referido plenamente a éste, esforzándose para que aquél sea lo más verdadero
posible, incluso en contra de la fuerte tendencia que imponen nuestros
sentimientos y emociones que son más afines a la seguridad de lo erróneo que al
posible peligro de lo por conocer. Adicionalmente, ella construye un mundo
unificado, ordenado y comprensible a partir de objetos que pertenecen a una
realidad aparentemente desorganizada y caótica. La inteligencia consiste en
hallar las relaciones más significativas de entre la caótica multiplicidad y
mutabilidad propia del mundo real con el propósito de encontrar su orden y
unidad y así poderlo dominar.
La conciencia
En una escala superior a la mente y por
la intención reflexionada una persona estructura indeleblemente la conciencia
como energía psíquica y genera un alma propia desmaterializada que subsiste a
su muerte corpórea. Tal como la primigenia y la cuántica, esta energía es otro
modo que tiene la misma para existir. La
conciencia posee tres unidades discretas: la mente, los sentimientos y la
intención. Ella es el producto psíquico unificador que resulta de la estructuración
de la cognición, la afectividad y la efectividad. La cognición aporta sensaciones,
percepciones, imágenes, ideas y juicios. La afectividad produce pulsiones,
emociones y sentimientos; y la efectividad genera conducta reactiva, instintiva
y volitiva. Mientras la conciencia animal es sólo de lo otro, en el ser humano
también lo es de sí. A través de su conciencia la persona unifica los diversos
productos psíquicos que generan las funciones psicológicas del cerebro en
combinación con la memoria, y se transforma en un todo unificado, armónico y
equilibrado, con propósito y sentido. La conciencia, especialmente en sus
escalas superiores de estructuración, es lo que confiere unidad y armonía al
ser humano de modo análogo a como la cultura unifica el sentir, el pensar y el
actuar de un pueblo. Una persona tiene unidad cuando tiene un propósito
existencial que surge de la reflexión e intención.
Formalmente, la conciencia es la capacidad que posee un
sujeto para adquirir la presencia de un objeto. Esta capacidad se refiere a la
función de la subestructura cognitiva de la conciencia del sujeto; por tanto, en
este caso y prescindiendo de sus otras funciones la conciencia se refiere principalmente
a la cognición. La adquisición es el acto cognitivo. La presencia es una
representación psíquica del objeto que se origina en las sensaciones que el
sujeto recibe de este objeto y que estructura o elabora en percepciones,
imágenes y conceptos. La presencia es la invasión del objeto en el campo de
sensación del sujeto. Puesto que parte de las sensaciones es afectiva, la
adquisición es también un acto afectivo, en que la presencia del objeto genera
emociones y sentimientos. El objeto es todo lo que se pone al alcance del
sujeto como causa de las sensaciones del sujeto, pudiendo ser partes de
estructuras, estructuras individuales o conjuntos de estructuras, tanto
actualmente como surgidas de la memoria del sujeto.
Podemos distinguir tres tipos de pensamiento según sea su
grado de funcionalidad. En primer término, cuando la conciencia llega a tener
la capacidad para recombinar y sintetizar imágenes en ideas tan concretas que
están estrechamente ligadas a las imágenes, hablamos de pensamiento instintivo
o concreto. El pensamiento se hace lógico y ontológico cuando las ideas son más
abstractas, pueden independizarse de sus imágenes y pueden relacionarse entre
sí. En una escala superior, que corresponde a un pensamiento plenamente
abstracto, las relaciones lógicas y ontológicas se efectúan con prescindencia
de imágenes, y utiliza únicamente símbolos, como si representaran cosas. Esta
estructuración lógica de sistemas de relaciones simbólicas, que no necesitan
referencia a ningún tipo de representación de objetos concretos, constituye el
pensamiento abstracto. La estructuración lógica y ontológica de las ideas
posibilita el pensamiento y el lenguaje. La conciencia de sí es la emergencia
del pensamiento reflexivo del sujeto sobre sí mismo, sus operaciones, sus
intenciones y sus acciones.
En su función intelectual, la conciencia efectúa cuatro
tipos de relaciones para construir un mundo conceptual. Éstas son la
ontológica, la causal, la lógica y la metafísica. Por medio de la primera la
mente, en su pensamiento abstracto, distingue aquello que asemeja una cosa con
otra y aquello que las diferencia, llegando a definir una cosa por otras; en
este tipo de relaciones existe un movimiento que va desde lo individual a lo
universal. Pero las cosas también se relacionan causalmente en la naturaleza,
llegando una cosa a existir por causa de otra; la mente puede llegar a conocer
esta dependencia natural del efecto a su causa en tanto dependencia natural.
También la mente puede ordenar en una relación lógica dos o más relaciones
ontológicas y obtener una conclusión, en lo que llamamos pensamiento racional
en un camino que va y viene entre lo particular y lo general. Por último, la
mente descubre conceptos que pueden referirse a todas las cosas que conoce y
busca comprender su significado último.
En la escala de las ideas parte de la función
cognoscitiva consiste en relacionar las representaciones con símbolos. Estos
pueden reemplazar las representaciones de imágenes, pudiéndose emplear tanto
para pensar lógicamente como para comunicarse con los demás a través del
lenguaje. El lenguaje es específicamente de las ideas que están asociadas a
imágenes significantes, mientras que el pensamiento puede estar continuamente
referido a imágenes reales a causa de la enorme funcionalidad del cerebro, como
cuando uno piensa en la idea de triángulo y lo refiere a la imagen de un
triángulo concreto.
El pensamiento abstracto
En el pensamiento se distingue el pensamiento lógico, que
estructura relaciones del tipo si A es B y todo B es C, entonces A es C, y el pensamiento
abstracto, que estructura todo un mundo conceptual, buscando ambos pensamientos
representar la realidad que experimenta y comprender el significado de las
cosas y de sí mismo. El pensamiento abstracto tiene dos funciones afines:
producir la idea, y también generar la relación ontológica. Ahora veremos la
primera función. Las ideas no se encuentran en la realidad sensible como si
fueran cosas que allí existieran, sino que son construcciones de nuestra mente.
En la construcción de ideas a partir de imágenes la abstracción es una función
cognoscitiva de nuestra mente en la que ella realiza una serie de operaciones.
Primero, considera conjuntos de imágenes de objetos concretos. Segundo, los
analiza separando partes o caracteres relevantes. Tercero, compara las partes.
Cuarto, agrupa aquellas imágenes cuyas partes las tienen en común, ahora como
unidades discretas. El nuevo conjunto o
estructura es la idea y es de escala superior. Nuestra mente es tan ágil que,
cuando piensa, está también imaginando, de modo que una idea no se piensa usualmente
en “vacío”, sino que va acompañada corrientemente por coloridas imágenes más
concretas.
La nueva estructura que contiene las unidades discretas
con caracteres comunes es una “esencia”. La esencia tiene una parte genérica,
que es la estructura, y una parte específica, que es su propia función, por
ejemplo, planeta con biosfera, tablero apoyado-en-patas, rumiante lechero,
artefacto-volador autopropulsado. El hecho de que la esencia sea una
característica propia del ente y no algo impuesto por el sujeto en forma
arbitraria responde a tres razones. Primero, el funcionamiento de nuestras mentes
es similar. Segundo, tenemos la capacidad para comunicarnos y compartir las
mismas ideas o conceptos, traducidos a símbolos. Tercero, tanto la esencia como
los caracteres que la conforman pertenecen a objetos de la realidad. La única
dificultad radica en nuestra capacidad para efectivamente aprehender la esencia
en forma precisa, completa y desprejuiciada.
El devenir en sí no es materia del pensamiento abstracto;
éste tiene que ver con lo invariante. Si el universo múltiple y mutable nos es
inteligible es porque en el devenir existen elementos invariantes. Existen
cuatro categorías de elementos que permanecen relativamente estables e
invariantes a través del cambio y/o que son medibles por escalas estables,
conformando unidades comprensibles para nuestro conocimiento abstracto, el que
se constituye sobre la base de unidades discretas invariantes. Éstas son la
relación causal, el mecanismo de la relación causal, el proceso y el dinamismo.
En primer lugar es la relación causal que se presenta como determinista y
fundamento de la ley natural. Segundo es el mecanismo de la misma relación
causal que depende, dentro de un sistema dado, de una disposición que podemos
describir y analizar, puesto que sus componentes son invariantes en el sentido
de que estructuran el sistema y confieren un determinado orden secuencial al
proceso. Tercero es el proceso mismo que es invariante respecto a sus estados
y, por tanto, también es ontológico. Cuarto es el mismo dinamismo de un proceso
que es analizable y medible.
La relación ontológica
Además de producir ideas, la abstracción es también la
capacidad de nuestra mente o intelecto para construir o estructurar relaciones
ontológicas. Si la idea surge relacionando imágenes por lo que tienen en común,
la relación ontológica se genera por la relación de ideas también por lo que
tienen en común y su logro es una idea más universal. La palabra ontología
proviene del griego y significa conocimiento de entes. Un ente es un ser, una
cosa, pero en tanto es inteligible; es lo que produce la esencia, aquello de la
cosa que está referido a nuestro conocimiento abstracto. Luego, un ente, por
estar referido a nuestro intelecto, es un objeto. Entre la diversidad de cosas
que experimentamos algunas de ellas tienen como esencia, por ejemplo, un tronco
enraizado en el suelo que se proyecta hacia arriba en follaje. A tales cosas
las podemos reunir en la idea “árbol”, siendo su esencia el ser un vegetal
leñoso. Una relación ontológica termina por adquirir formalmente la estructura
de una proposición o un juicio que contiene un sujeto y un predicado. Así,
cuando advertimos que el follaje es verde, podemos decir “el árbol es verde”.
Existen dos escalas en las relaciones ontológicas. La
escala inferior relaciona la imagen de objetos individuales concretos con la
estructura ideática de la cual es una unidad discreta. Por ejemplo, mi vecino
Juan es un hombre o Micifuz es mi gato. La escala superior de relación
ontológica relaciona dicha estructura ideática con otras estructuras similares
y obtiene una estructura conceptual de escala superior y de la cual las
anteriores forman parte como sus unidades discretas. Además, para definir dicha
estructura conceptual con precisión, le agrega su función específica, que la
caracteriza y la diferencia de las otras unidades discretas. Por ejemplo, un
hombre es un animal racional o un gato es un felino doméstico.
Una relación ontológica es una estructuración, a una
escala inferior, de unidades discretas de representaciones de ideas de entes
más concretos para producir una idea. En una escala superior, se estructura una
unidad conceptual más abstracta que incluye solo ideas como sus unidades
discretas. Puesto que incluye otros conceptos que la definen o la comprenden,
se identifica naturalmente con una proposición. Una proposición es la relación
ontológica explícita y asimétrica (la relación simétrica es una tautología) de
dos o más conceptos o ideas. De esta relación, se puede obtener una proposición
que puede ser altamente abstracta, en el sentido de llegar a no tener una
referencia directa con algo concreto.
La relación ontológica se verifica sobre la base de la
cantidad de entes. Su mecanismo tiene por objeto la obtención de las esencias,
que son las unidades inteligibles, a partir de las ideas abstractas de una
multiplicidad de objetos sensibles disímiles. Establece una mecánica que busca
en los caracteres o propiedades inteligibles abstraídas de las representaciones
ideáticas lo que tienen de común. En la perspectiva de lo más universal lo
múltiple queda en el terreno de lo menos inteligible y de las matemáticas.
También lo mutable deja de ser un carácter inteligible apenas se aumenta el
grado de abstracción y la idea se hace más universal y permanente.
Para explicar la mecánica de la relación ontológica, es
útil recurrir a la teoría de conjuntos de Georg Cantor (1845-1918), aunque su
intención no haya sido referirse precisamente a esta relación. Allí los
conjuntos pueden someterse a sólo dos tipos de operaciones distintas: la unión
y la intersección. La unión de dos o más conjuntos constituye un nuevo conjunto
que comprende todos los caracteres de los anteriores. La intersección de dos o
más conjuntos es el nuevo conjunto que resulta de considerar sólo aquellos caracteres
que se encuentran en los anteriores conjuntos en algún respecto.
La unión se identifica con la síntesis ontológica, en
tanto que la intersección, con el análisis. Tanto la síntesis como el análisis
tratan de estructuras y fuerzas, ya sea para relacionar aquellas de una misma
escala y obtener otra de una escala superior que las comprenda, o para disociar
los componentes de una estructura o de una fuerza y manejarlos separadamente.
Cuando la operación es del intelecto, las genéricas síntesis y análisis se
especifican en la unión y en la intersección de Cantor, respectivamente.
Una relación ontológica vincula tanto a los individuos
por alguna de sus funciones como a las estructuras por algún aspecto o
cualidad. Por ejemplo, un conjunto, es decir, una idea, puede contener
individuos verdes o rojos y grandes o chicos. Se pueden establecer conjuntos de
individuos o caracteres verdes, rojos, grandes y chicos. En este caso los
conjuntos de colores con los de tamaños se interceptan. También el conjunto de
elementos verdes y el conjunto de rojos pueden unirse en el conjunto de caracteres
de color. Lo mismo puede ocurrir con el conjunto de caracteres grandes y el
conjunto de caracteres chicos.
Refiriendo la teoría de conjuntos a la relación
ontológica, en el caso de la unión las ideas de varios caracteres individuales
o de varios conjuntos individuales pueden constituir la idea de un conjunto más
universal. Por ejemplo, las ideas de gatos, loros, hormigas, hombres,
cocodrilos pueden conformar la idea más universal de “animal”. Si la idea de
gato la relacionamos con las de tigres, panteras, pumas, ocelotes y leones,
obtenemos el conjunto de “felino” que es relativamente menos universal que el
de animal pero más que el de gato.
En el caso de la intersección, la idea de un individuo, o
de un conjunto particular, puede estar compuesta por dos o más ideas más
universales. Por ejemplo, la idea individual de “gato” está compuesta por ideas
más universales, como “felino” y “doméstico”, suponiendo, desde luego, que
éstas sean los caracteres esenciales más significativos y distintivos de la
idea de gato. Las ideas más universales se refieren a una mayor cantidad de
entes que las menos universales. Pero cuando ocurre una intersección de ideas,
es decir, cuando los géneros se especifican, en este caso, felino por doméstico
y doméstico por felino, el conjunto resultante se restringe para designar a la
totalidad de los individuos “gatos”. Adjetivando aún más una idea, como por
ejemplo, la idea “gato” adjetivado con “negro de la tía Ana”, se puede llegar a
lo individual y concreto, en este caso, al ‘gato negro de la tía Ana’.
No debemos confundir la naturaleza de las ideas con la
naturaleza de las cosas, de las cuales construimos imágenes. En las cosas
existen estructuras que son unidades discretas de estructuras de escalas
superiores y están compuestas por estructuras de escalas inferiores que son sus
propias unidades discretas. Por ejemplo, el aparejo de un buque a vela está
compuesto por la arboladura, la jarcia y las velas. La arboladura es el
conjunto de palos y vergas, la jarcia es el conjunto de todos los cabos y las
velas es el conjunto de los paños de lona rebordeado por la relinga y que se
larga en la arboladura y estayes. Por su parte, el aparejo es, como el casco,
parte del buque.
De modo similar a la relación ontológica que puede
especificarse, una acción, esto es, un verbo, puede especificarse
relacionándola con una o más ideas que denominamos adverbios.
Mediante operaciones de unión de conjuntos podemos
avanzar hacia lo universal. Mediante operaciones de intersección de conjuntos
podemos retroceder hacia lo individual. Por ejemplo, entre el Félix individuo y
el ser universal puede mediar una cantidad de relaciones válidas: Félix es un
gato; Félix es un felino; Félix es un mamífero; Félix es un animal; Félix es un
ser viviente; Félix es un ser. En cada paso el predicado se hace más extensivo,
abarcando más unidades, hasta identificarse con el universo. De igual modo, son
válidas las relaciones entre términos intermedios. Por ejemplo, un gato es un
felino; un mamífero es un animal; un felino es un ser, etc.
Lo singular no es cognoscible como idea, sino como
imagen, pues no es susceptible de ninguna operación. Las cosas, como entes,
pueden ser conocidas conceptualmente en toda relación ontológica únicamente por
referencia a otros entes, y no en sí mismas. En sí mismas nos aparecen como
imágenes. Naturalmente, aquello que sirve de referencia y que comparte con
otros entes es su pertenencia a una estructura de escala superior y a su
funcionalidad distintiva.
Relacionar las cosas en forma ontológica es una capacidad
intelectual que poseemos naturalmente. La filosofía se puede definir como el
tratamiento de las relaciones (ontológicas) entre las cosas por lo que son en
sí (los ‘qué son’), más que por sus manifestaciones o funciones (los ‘cómo
son’).
La relación causal
Para la ciencia aquello que caracteriza el conocimiento objetivo
del universo es precisamente lo mutable y lo múltiple. Ambos se encuentran en
los cambios, mecanismos, procesos y funciones que la ciencia observa en los
fenómenos, es decir, la causalidad entre las cosas. La causalidad es aquello
que explica precisamente la realidad del universo. La certeza del conocimiento científico
es el premio al esfuerzo de muchos hombres a través de muchos años que avanzan
con pasos tentativos, fortuitos e inspirados.
La ciencia ha podido afirmar que la realidad no es
caótica, sino que su comportamiento está regido por leyes naturales que valen
para todo el universo, y su tarea es descubrirlas, como concluir que las
manzanas que se desprenden de los manzanos siempre caen verticalmente al suelo.
Newton descubrió además que la fuerza que hace caer las manzanas al suelo es la
misma que hace que la Luna gire en torno a la Tierra, revelando entonces la ley
de gravedad. La ciencia comprende adicionalmente que la fuerza tiene una forma
específica de actuar y de ser funcional, dependiendo de la configuración de la
estructura. Las campanas tañen una nota determinada cuando se las golpea con el
badilejo. El funcionamiento que surge de la interacción de fuerzas y
estructuras está determinado por leyes naturales que son posibles de ser
conocidas.
La acción de las fuerzas entre las estructuras se da de
modo de relaciones causales. Estas son, por lo tanto, datos de la realidad, y
no elaboraciones mentales, como lo es la relación ontológica. La relación
causal es una relación inteligible que no la efectuamos en nuestra mente, pero
que la comprendemos. Las relaciones causales dependen de las leyes naturales.
Éstas no son prescriptivas, sino que descriptivas, es decir, describen la forma
cómo la naturaleza funciona. El conocimiento científico se basa en el método
empírico que busca conocer con certeza cómo opera la causalidad en cada caso.
Lo que más caracteriza a la realidad es el cambio de las
cosas que la componen. Las cosas surgen, desaparecen y se van modificando
mientras existen. Pero el cambio se da según ciertas regularidades determinadas
de acuerdo a la causalidad. En el cambio interviene la relación de causa y
efecto o, en corto, de la relación causal. En ésta se da una causa que se
vincula con su efecto. Por ejemplo, cuando la llama del fuego, que es la causa,
se aplica a un caldero, al cabo de un tiempo el agua que contiene comienza a
calentarse hasta la temperatura de ebullición, que es el efecto.
La realidad posee un modo de funcionamiento que
únicamente los seres humanos podemos llegar a conocer en forma abstracta y
derivar una ley que se aplica a todas las relaciones causales del mismo tipo.
Esta capacidad la obtenemos principalmente por la observación y su verificación
empírica al reproducir a voluntad el fenómeno. Logramos certeza absoluta sólo
cuando comprendemos el mecanismo de la relación causal y superamos la
inducción, que no conlleva necesidad. Podemos aseverar con absoluta certeza que
un átomo de oxígeno se une a dos átomos de hidrógeno en una reacción exotérmica
para formar una molécula de agua cuando entendemos que el átomo de oxígeno
comparte los electrones de los átomos de hidrógeno.
Las relaciones causales dependen de leyes que son
posibles de conocer si previamente analizamos sus componentes para entender el
“cómo” de aquello que los une. La verdad de una relación causal depende de que
el análisis que efectuamos de sus términos esté completo. La seguridad de que
el Sol saldrá al amanecer no proviene de una conclusión inductiva de observar
el mismo fenómeno por miles de años, sino que proviene del conocimiento del
modo de funcionamiento del sistema solar, el cual nosotros hemos llegado a
conocer tras conectar muchas causas con sus efectos a través de efectuar muchas
observaciones, elaborar cantidades de hipótesis y modelos, y realizar las
respectivas verificaciones, como que la Tierra es redonda, hasta llegar a la
teoría que explica la estructura y la fuerza del sistema solar, en que uno de
sus fenómenos es el hecho de que el Sol sale diariamente a una hora determinada
para cada día de año y para cada lugar de la superficie terrestre establecido
por sus coordenadas longitudinales.
Este tipo de conocimiento es verdaderamente empírico y
práctico y también lo efectúan instintivamente los animales en una escala más
simple y directa, que es mediante el tanteo de ensayo y error. A diferencia de
nosotros, que ontologizamos la relación causal, ellos la ritualizan para incorporarla
a su conocimiento instintivo. Los seres humanos analizamos los componentes
integrantes de la relación causal de manera ontológica y entendemos la ley de
su conexión para concluir que una idea puede ser definida propiamente por su
función. La luz ilumina. Además, conociendo la ley natural de una relación
causal podemos deducir la causa al conocer un efecto. Si observamos que el
suelo está mojado al salir de casa por la mañana, podemos deducir que llovió
durante la noche.
En la realidad podemos distinguir dos tipos de relaciones
causales según a qué coordenada estén referidas. Uno de ellos es el suceso
temporal. Por éste percibimos un tránsito de un estado a otro. El agua pasa de
un estado líquido a uno gaseoso en un tiempo según el calor aplicado. El otro
tipo es el que relaciona espacialmente una cosa con otra. El agua líquida está
en un recipiente y el agua gaseosa está fuera. Pero ambos tipos de relaciones
están estrechamente ligados, pues todo acontecimiento en el universo ocurre
referido al conjunto de las cuatro coordenadas espacio-temporales. El conjunto
de ambos tipos de relaciones lo podemos denominar relación causal.
El conocimiento de una ley corresponde a un esfuerzo
sintético, en una escala superior, de considerar determinadas hipótesis que
explican relaciones causales. De ahí que mediante el conocimiento de una ley se
pueda inferir con absoluta certeza uno de los términos del acontecimiento
causal cuando se conoce el otro. Si el análisis se refiere a separar las
unidades discretas de una estructura funcional para estudiarlas por separado y
determinar sus funcionalidades, la síntesis es ese proceso mental por el cual
entendemos las relaciones existentes entre un número de cosas en tanto unidades
discretas de una estructura.
Un conjunto de leyes puede llegar a estructurarse en una
teoría que explique el comportamiento de sistemas, los cuales contienen un
número de fenómenos y relaciones causales distintas. Las teorías intentan
explicar las regularidades que se dan en los sistemas. Interpretan un conjunto
de fenómenos como manifestaciones de estructuras y fuerzas determinadas según
las leyes que se presume que los regulan. Luego, una teoría caracteriza un
conjunto de fuerzas y estructuras indicando la funcionalidad específica. Una
teoría puede llegar a explicar lo que observa y experimenta mediante supuestos
teóricos que no pueden ser observados ni medidos directamente. Para ello se
recurre a modelos.
Una teoría es un sistema cognoscitivo-comprensivo de
estructura lógica-especulativa en un cierto ámbito de la realidad cuyos
argumentos o proposiciones son leyes naturales formuladas e hipótesis, cuyo
objeto es confeccionar un modelo científico coherente y consistente que
explique, interprete, unifique, profundice un conjunto amplio, no tanto de
hechos, sino que de relaciones causales observadas, experimentadas y hasta
medidas. De este modo, una teoría sirve para distintos propósitos: 1º explicar
el conjunto de datos, observaciones, experimentos y experiencias relacionados
con dicho ámbito de la realidad; 2º ampliar, corregir y/o sustituir otras
teorías de otros ámbitos; 3º hacer predicciones sobre hechos aún no observados
ni verificados. La certeza de una teoría está en relación directa a la cantidad
de leyes científicas empíricamente demostradas, y en relación inversa a las
hipótesis que contenga.
Tanto las hipótesis como las teorías científicas no se
derivan de los hechos observados, sino que se inventan o se proponen
precisamente para dar cuenta de ellos. El traslado de los datos empíricos a la
teoría no lo consigue un proceso mecánico lógico, ya sea inductivo o deductivo.
La deducción no proporciona un procedimiento mecánico para señalar un camino,
indicando una determinada proposición científica como una conclusión derivada
de premisas. Las reglas de deducción sólo sirven como criterios de validez de
las argumentaciones que se ofrecen como pruebas. Tampoco existen reglas de
inducción que se puedan aplicar y que sirvan para derivar o inferir
mecánicamente hipótesis o teorías a partir de datos empíricos. Una proposición
hipotética o teórica es un intento de una inteligencia creativa para explicar
una relación causal o para interpretar un conjunto de fenómenos. La objetividad
científica de una hipótesis o una teoría se consigue únicamente a través de la
verificación experimental. Una hipótesis o una teoría, pueden ser incorporadas
al cuerpo del conocimiento científico aceptado si resiste la revisión crítica
de la comprobación mediante una cuidadosa observación y experimentación y
también mediante el entendimiento del funcionamiento de las relaciones
causales.
La ciencia no sólo estudia las relaciones causales para
llegar a la ley de su conexión. Sobre todo, se interesa por los sistemas. Éstos
son el conjunto de relaciones causales de procesos específicos que operan en un
ámbito dado. El ejemplo del agua que hierve es un verdadero sistema si se
considera desde la tasa de combustión del combustible que produce llama, su
oxidación, su poder calorífico, la temperatura que alcanza la llama, su eficiencia
en calentar agua, la presión atmosférica, la temperatura ambiente, etc.
La relación causal es diferente de la relación ontológica
en cuanto que los términos de la primera están unidos por verbos transitivos,
los cuales siempre están referidos a la acción de fuerzas. En cambio, los
términos de la segunda están unidos por la cópula de identidad del verbo ser.
En el primer caso, el conocimiento es acerca del cambio; en el segundo caso, de
la esencia. Sin embargo, la relación causal misma puede llegar a estructurarse
como concepto o proposición abstracta y constituir una relación ontológica,
como se analizará un poco más adelante. De ahí que la esencia de algo puede no
sólo incluir lo mutable y lo múltiple, sino también su origen o su función.
En la relación causal la cosa se define por su función.
Ello es posible porque tanto lo múltiple como lo mutable son cuantificables. Lo
múltiple está, por definición, referido a la cantidad, objeto de la relación
ontológica. En cambio, lo mutable, que está referido al tiempo y al espacio,
debe cuantificarse para hacerse inteligible ontológicamente; también, tanto el
espacio como el tiempo son cuantificables. De este modo, lo mutable es también
objeto de la relación ontológica. Esta comprensión del relacionar ambas
relaciones es fundamental para trascender la filosofía del ser y llegar a la
filosofía de la complementariedad de la estructura y la fuerza.
La conclusión que se impone es de gran importancia para
la epistemología: “la relación causal se hace ontológica con el conocimiento de
la ley de su conexión”. Por ejemplo, la relación causal “el agua bulle a los
100° C a nivel del mar” puede transformarse en la relación ontológica “la
temperatura de ebullición del agua a nivel del mar es de 100° C”. “El viento mueve
la hoja” se transforma en “el movimiento de la hoja es efecto del viento”. La
definición de un concepto por medio de otro, que es en lo que consiste la
relación ontológica, puede generarse transformando la definición desde algo
funcional a algo ontológico.
La posibilidad natural de incluir la relación causal en
la ontológica es epistemológicamente importante, pues permite afirmar la
correspondencia entre un ente y la realidad, y asentar la objetividad de
nuestro conocimiento. Esta adquiere mayor certeza cuando a la relación causal
se aplica el método científico. En el proceso de la correlación entre ambos
tipos de relaciones epistemológicas se puede llegar a alcanzar niveles teóricos
y abstractos muy profundos y complejos. También la posibilidad de incluir la
relación causal en la ontológica es importante para la lógica, pues las
proposiciones lógicas que participan en las premisas son verdaderas relaciones
ontológicas. De este modo, si una de ellas es una relación causal con valor de
ley natural, se puede obtener una conclusión con valor trascendental.
La relación lógica
El hecho de que los seres humanos podamos razonar de
manera lógica se debe a que nuestro cerebro ha evolucionado para responder
justamente al modo de funcionamiento del universo. La evolución biológica ha
estado tras la estructuración del cerebro, máxima adaptación orgánica para
responder eficientemente al medio externo. Si el funcionamiento del universo
tuviera una lógica distinta a la de nuestro pensamiento racional, ya hubiéramos
perecido como especie. La razón humana es la llave que abre la realidad al
conocimiento.
La mente humana tiene la capacidad para relacionar
lógicamente las relaciones ontológicas y las relaciones causales ontologizadas
y deducir verdades que no estaban contenidas en estas relaciones. Podemos
organizar las relaciones ontológicas del pensamiento abstracto, que formalmente
se estructuran como proposiciones compuestas por un sujeto y un predicado
unidos por una cópula para generar un tipo de conocimiento nuevo, expresado en
la conclusión lógica. Este tipo de conocimiento lo denominaremos relación
lógica y pertenece al pensamiento lógico o racional para distinguirlo del
pensamiento abstracto. El pensamiento racional es naturalmente posterior al
pensamiento abstracto, pues requiere ya de la existencia de relaciones
ontológicas para poder procesarlas racionalmente.
La lógica se preocupa de que las relaciones de
proposiciones se hagan de manera correcta, es decir, coherente. No se preocupa
de la veracidad o falsedad de las proposiciones en sí, es decir, de su
consistencia, pues la veracidad o falsedad son cualidades de las mismas
proposiciones en cuanto relaciones ontológicas. La validez de un argumento no
garantiza la veracidad de la conclusión. Para que una conclusión sea verdadera
se requiere que sus premisas sean verdaderas.
El movimiento de la lógica se desarrolla dentro de una
misma escala, pues las proposiciones que compara deben ser equivalentes. Se
diferencia de la relación ontológica que por medio de la unión y la
intersección salta de escalas, tanto las premisas como la conclusión pertenecen
a la misma escala. En la relación lógica el tránsito a lo largo del eje
deductivo-inductivo tiene doble sentido: existe la posibilidad tanto de partir
desde lo particular hacia lo general como de hacer el camino inverso.
La lógica no trata con percepciones, imágenes ni
conceptos, sino únicamente con proposiciones compuestas por conceptos que se
relacionan entre sí como sujeto y predicado, que en la lógica se llaman juicios
o premisas. La lógica simbólica, que reemplaza estos conceptos y proposiciones
por enunciados puramente simbólicos, es válida. Un concepto puede ser
simbolizado y el símbolo puede ser manejado de manera lógica, desvinculado
completamente de su significado, esto es, de su relación con el concepto. Las
matemáticas, que utiliza los números para simbolizar la cantidad, dependen de
la lógica. Así como es propio de la inteligencia abstracta estructurar
conceptos a partir de imágenes o de ideas más concretas y particulares, la
inteligencia racional o lógica puede simbolizar los conceptos.
La mente humana tiene la capacidad para transformar las
representaciones abstractas en símbolos y estructurarlas en relaciones lógicas
para procesarlas. Sólo el intelecto humano puede otorgar un símbolo
convencional significativo y válido a un concepto o término ontológico. La
explicación es que si bien se trata de una simple vinculación de un símbolo con
un concepto, como en el caso del lenguaje, el concepto se refiere a una esencia
que en un sujeto humano constituye una compleja estructura psíquica.
El pensamiento racional de la relación lógica y el
pensamiento abstracto de la relación ontológica son un solo pensamiento con dos
estados que se afectan mutua y continuamente. Los contenidos del pensamiento
lógico son continuamente modificados por la actividad del pensamiento abstracto
y las conclusiones lógicas son constantemente incorporadas al pensamiento
abstracto. La diversidad de pensamientos es unificada en la conciencia
personal.
Aquello que nos caracteriza como seres humanos es, no
obstante, la capacidad para formular problemas. La resolución de un problema
está en su planteamiento. Si no tenemos conciencia de la existencia de
problemas, tal vez viviríamos contentos, pero de manera alguna seríamos sabios.
La sabiduría humana proviene de no sólo observar una dificultad, sino que de
concebirla, imaginarla, preverla. En su mente un ser humano plantea el problema
y, al hacerlo, se encamina a una solución. Esta capacidad de plantear y
formular es la emisión de juicios, proposiciones e hipótesis. Para llegar a una
solución, deberá relacionarlos racionalmente, verificarlos empíricamente o,
simplemente, como los demás animales, recurrir al método del ensayo y error.
Una mayor comprensión de las cosas, la obtiene formulando proposiciones aún más
complejas y relacionándolas entre sí lógicamente.
En la lógica clásica se distinguen concepto, juicio o
proposición y raciocinio. Las relaciones ontológicas son propiamente los conceptos.
Éstos son la unidad fundamental que corresponde a la esencia. El juicio o
proposición es la unión de dos conceptos, como sujeto y predicado, por una
cópula. Una relación ontológica o una relación causal ontologizada constituyen
premisas y conclusión cuando, en su calidad de unidades discretas de la
estructura lógica, son operados por la mecánica lógica o raciocinio. La lógica
es la relación mecánica entre premisas para obtener otra proposición, llamada
conclusión, que es nueva. La conclusión lógica es un conocimiento válido que no
proviene directamente de nuestra experiencia.
Para asegurar la validez del raciocinio las proposiciones
se rigen por tres principios de la lógica, los que fueron establecidos por
Aristóteles (384 a. C. -322 a. C.). Estos principios se presuponen en todo
pensamiento y discurso humano. Además pueden ser usados como reglas de
inferencia en la deducción lógica de proposiciones. Ellos son: El principio de
identidad: todo A es A. El principio de no contradicción: nada puede ser A y no
A. El principio del tercero excluido: todo es A o no A. Posteriormente, G. W.
Leibniz (1646-1716) propuso un cuarto principio, el de razón suficiente, que
pertenece más a la metafísica que a la lógica formal. Estos principios son
fundamentales, porque si no fueran verdaderos, ninguna otra verdad podría ser
pensada o formulada. Tienen que ver con todas las cosas, relaciones y atributos
en el universo. De ellos se puede deducir además que si una proposición es
verdadera, entonces es verdadera; ninguna proposición es tanto verdadera como
no verdadera, y toda proposición es o verdadera o no verdadera.
La relación lógica pura es un proceso
mecánico-inteligente mediante el cual, a partir de premisas, podemos obtener,
más allá de lo que abstraemos o relacionamos ontológicamente, un conocimiento
necesario aunque no necesariamente cierto, pues su certeza depende de la verdad
de sus premisas. La lógica tiene que ver con la clasificación de los
argumentos, no entre verdaderos o falsos, sino que entre correctos o
incorrectos. Los términos válido e inválido se usan en lugar de correcto e
incorrecto para caracterizar argumentos deductores. Este proceso es evidente
por sí mismo, puesto que refleja la naturaleza tanto mutable como cuantificable
del universo. Por ello se puede aplicar a todas las cosas y a sus propiedades.
Por ejemplo, si A es B y todo B es C, entonces A es C; o también, si A > B y
B > C, entonces A > C. Según Bertrand Russell (1872-1970), la forma
general de inferencia puede ser expresada como sigue: “Si una cosa tiene cierta
propiedad y toda cosa que tiene esta propiedad tiene otra propiedad, entonces
la cosa en cuestión también tiene esa otra propiedad.”
El silogismo es una forma de raciocinio deductivo de la
lógica clásica. Se compone de una premisa mayor, que es la que contiene el
predicado de la conclusión, de una premisa menor, que es la que contiene el
sujeto de la conclusión, y de la referida conclusión. Tanto las premisas como
la conclusión son proposiciones y se encuentran en la misma escala. El ejemplo
clásico de silogismo es el siguiente: “Sócrates es un hombre. Todos los hombres
son mortales. Sócrates es mortal”. En este caso, la premisa mayor, que es
aquella que contiene el predicado de la conclusión, “todos los hombres son
mortales” es una relación causal. Y la premisa menor, que contiene el sujeto de
la conclusión, “Sócrates es un hombre”, es una relación ontológica.
En la lógica se distingue la deducción y la inducción. En
un argumento deductivo la conclusión debe seguir lógicamente de las premisas.
Si las premisas del argumento son verdaderas, la conclusión debe ser verdadera.
En la inducción, en cambio, las premisas proveen evidencia para la conclusión,
pero no completa. Por más que las premisas sean verdaderas, no proveen certeza
en la conclusión, sino sólo probabilidad.
El conocimiento de una proposición particular a partir de
una proposición general utiliza el método deductivo. A la inversa, una
proposición general se puede inferir de proposiciones particulares mediante el
método inductivo. El primer método fue propuesto por Aristóteles en su Organon. Casi dos mil años después, en
1620, Francis Bacon (1561-1626) publicó su New
Organon, el cual contenía el segundo método de raciocinio. John Stuart Mill
(1806-1873) ha sido llamado el padre de la lógica inductiva. En su A System of Logic, Rationative and Inductive,
1843, estableció las siguientes reglas para la técnica de la investigación
cietífica: 1. Método de conveniencia: Si dos o más casos, en los que tiene
lugar un fenómeno, tienen una única circunstancia común, ésta es causa o efecto
de aquel fenómeno. 2. Método de distinción: Si dos casos contienen un fenómeno
W siempre que se da la circunstancia A, y no lo contienen si A falta, W depende
de A. 3. Método combinado de conveniencia y distinción: Si varios casos, en que
está presente A, contienen un fenómeno W, y en otros casos, en que no está
presente A, no contienen W. A es condición de W. 4. Método de los residuos: Si
W depende de A = AK AL AM mediante la comprobación de las dependencias de AK y
AL queda también averiguado en qué grado depende W de AM. 5. Método de las
mutaciones paralelas: Si un fenómeno W cambia siempre que cambia otro fenómeno
U, de modo que todo aumento o disminución de U va acompañado de un aumento o
disminución de W, W depende de U.
Desde el punto de vista del conocimiento interesa que sea
verdadero, esto es, que las conclusiones que se obtengan correspondan a la
realidad objetiva. A este respecto, ambos métodos presentan sus propias
insuficiencias. Tal como indicó David Hume (1711-1776), en su Investigación sobre el entendimiento humano,
el método inductivo no garantiza la certeza absoluta de la conclusión. A pesar
de la verdad que puedan contener las premisas y de la cantidad considerada, no
cubren necesariamente la mayor cantidad de la conclusión si pretende la certeza
con valor universal y necesario, pues siempre queda la posibilidad, aunque a
veces remota, de que no se haya incluido una premisa distinta que contradiga la
conclusión obtenida. Por ello, el método inductivo consigue tan sólo un mayor o
menor grado de probabilidad de certeza.
En contra de Karl Popper (1904-1994), quien sostuvo que
el conocimiento científico no puede justificarse positivamente de modo alguno,
se puede señalar que la base de la certeza del conocimiento científico no se
encuentra en el método lógico empleado, sino en nuestra capacidad cognoscitiva
para comprender la relación causal. Una conclusión científica adquiere certeza
absoluta cuando se llega a comprender exactamente el “por qué del cómo es” de
la relación causal, pues la certeza absoluta de una conclusión científica no
reside, como vimos más atrás, en el mayor número finito de casos considerados,
sino específicamente en la complejidad inherente a toda relación causal. Basta
que, por desconocimiento, un paso de la relación sea omitido para que se haga
inaplicable a todos los fenómenos semejantes que requieran dicho paso para ser
incluidos en la conclusión. “El agua bulle a los 100° C”. Esta conclusión es
absolutamente cierta si se añade, entre otros factores, que, a esa temperatura,
aquélla bulle, siempre que esté sometida a la presión de 1 atmósfera, que sea
agua pura, que exista una fuente de calor, etc.
Las matemáticas son un caso especial de la lógica.
Pertenecen a una estructura lógica cuyas unidades discretas son los números.
Estos son símbolos que no son representaciones abstractas de cosas, como las
ideas, sino que representan un atributo abstraído de éstas, que es la cantidad.
El número simboliza la cantidad, y la cantidad es un atributo que poseen todas
las cosas, ya sean estructuras o fuerzas. Incluso el espacio y el tiempo son
cuantificables. Y ciertamente, todo es cuantificable porque es múltiple. Todo
está compuesto de partes, forma parte de todos y coexiste con otros similares.
La cantidad es abstraída de la multiplicidad natural de las cosas y es
simbolizada desprovista de otros atributos.
La operación de abstraer la cantidad de las cosas no
requiere la funcionalidad del pensamiento abstracto, puesto que la inteligencia
de animales superiores (chimpancés, delfines) puede efectuarla. Pero la
inteligencia humana puede desentrañar las leyes que operan en la naturaleza y
hallar sus conexiones cuando la observa, deduciendo las relaciones causales y
encontrando su constancia. La naturaleza no es errática, aunque en ella
intervenga el azar y el indeterminismo. Ella se rige por leyes naturales inviolables
donde cualquier alteración, como el milagro, no tiene cabida. La razón es una
función de la inteligencia humana que surgió en el curso de la evolución
justamente para comprender cómo opera la naturaleza. Fue una ventaja adaptativa
que ha permitido al ser humano dominar la naturaleza.
Por ser la lógica de los números las matemáticas puede
desligarse de lo inmediato, crear símbolos y operar lógicamente en ejercicios
de matemáticas puras, llegando a generar realidades, como números primos,
números irracionales y series numéricas. En consecuencia, las matemáticas no
sólo se rigen por la lógica, sino que también describen la naturaleza, que es
lo que los científicos de hecho hacen cuando recurren a las matemáticas.
Además de trabajar con sus dimensiones, las matemáticas
son imprescindibles para relacionar entre sí realidades como movimiento,
distancia, cambio, superficie, velocidad, volumen, aceleración, fuerza,
presión, peso, tiempo, densidad, energía, caudal, calor, y otra cantidad de
conceptos que describen el universo y sus cosas. La naturaleza es descrita por
la relación entre dos o más de estos conceptos medibles y cuantificables. Por
ejemplo, en el campo de la física, una superficie es un plano que considera dos
dimensiones espaciales. El tiempo es la medida de la acción en una relación
causal. La velocidad es el espacio que recorre una cosa en un tiempo. El caudal
es el desplazamiento de un fluido a través de una sección en un tiempo. La
presión es el peso que ejerce una cosa sobre una superficie. Una fuerza es el
producto de un caudal y una presión, y así sucesivamente. Lo mismo es válido
para otros campos y sus conceptos de la ciencia.
En un comienzo del desarrollo ontogenético el esfuerzo de
abstracción del individuo es sólo parcial, y el número no puede ser separado de
representaciones, como dedos o granos, y, por tanto, es difícil de someterlo a
los procesos lógicos de las matemáticas. Sumar o restar dedos es fácil, es cosa
de agregar o quitar dedos. Más difícil es extraer la raíz cuadrada de los dedos
de una mano. Posteriormente, con la mayor capacidad de abstracción que induce
la cultura las cantidades son separadas de toda representación y son
simbolizadas por los números.
Los números se relacionan en la estructura matemática de
manera lógica. Por ejemplo, 2 + 2 = 4, esto es, si 2 = 1 + 1, y 4 = 1 + 1 + 1 +
1, entonces 4 = 2 + 2. La importancia práctica de las matemáticas es que sus
resultados lógicos son aplicables a la realidad en una especie de retorno hacia
ella tras una permanencia como símbolos abstractos. Al ser relacionados
lógicamente, los números, que pueden simbolizar cosas diversas de la realidad,
producen nuevo conocimiento que no está implícito en los antecedentes. Además,
las matemáticas proveen especial exactitud a sus conclusiones o resultados, lo
que permite a la ciencia, que hace uso de ellas con profusión, un grado muy
grande de certeza.
La lógica no sólo se aplica a las cantidades, siendo las
matemáticas un caso específico. Principalmente, la lógica nos es útil porque la
empleamos permanentemente en las relaciones causales: el agua enfría los
cuerpos calientes; un motor se calienta al funcionar; un motor se puede enfriar
si se le agrega agua. Ocurre que el universo transcurre a través de una
infinidad de relaciones causales, siendo nosotros mismos inicios y términos de
relaciones causales que se verifican allí. Gracias a la relación lógica,
podemos planificar y proyectarnos hacia el futuro.
La analogía, que es una relación de relaciones paralelas
ontológicas o lógicas, es una manera corriente de pensamiento y comunicación y
confiere mayor fuerza y un significado más emotivo o poético a lo que se
expresa. La analogía hace uso de la lógica en dos escalas distintas, a modo de
un pantógrafo. Pero su conclusión no tiene certeza, sino que es meramente
descriptiva. Su equivalencia no está en la misma escala, sino que es
proporcional.
Si de la relación lógica de proposiciones se obtiene
nuevo conocimiento, de la relación analógica se obtienen descripciones y
perspectivas indirectas de la realidad. La relación analógica se produce por la
asociación de dos proposiciones equivalentes y proporcionales, pero de escalas
distintas. Su estructura formal utiliza la conjunción “como” para unir dos
proposiciones o relaciones ontológicas de distintas escalas. No puede someterse
a la lógica, pero es una relación perfectamente legítima para describir las
cosas que no podemos entender de otra manera. Un ejemplo de analogía, que
Ernest Rutherford (1871-1937) utilizó, es "el electrón gira en torno al
núcleo atómico como la Luna gira en torno a la Tierra" (descripción que
fue posteriormente desvirtuada). La metáfora, en cambio, se produce por la
asociación de dos términos que no están relacionados ontológicamente, pero que
al hacerlos equivalentes se tornan significativos. En su estructura formal los
términos de la relación son unidos por el adverbio “como”, como en los
ejemplos: "dientes como perlas", "atrevido como león".
Para completar este análisis de las proposiciones, es
conveniente establecer que las proposiciones que contienen algún contenido
valórico se denominan juicios de valor. Entre éstos, podemos distinguir los
juicios morales, que se refieren a las categorías de lo bueno y lo malo; los
juicios éticos, que se refieren a las categorías de lo conveniente y lo
inconveniente; los juicios estéticos, que se refieren a las categorías de lo
bello y lo feo; los juicios legales, que se refieren a las categorías de lo
inocente y lo culpable; los juicios jurídicos, que se refieren a las categorías
de lo justo y lo injusto; etc. El valor inherente a estos juicios les confiere
un grado de subjetividad que los margina de las relaciones ontológicas
objetivas. Los únicos juicios objetivos son aquéllos que se refieren a las
categorías de lo verdadero y lo falso.
La relación metafísica
La metafísica se erige sobre la realidad que es
interpretada por las relaciones ontológicas más abstractas posibles, apoyada
por relaciones causales y, desde luego, subordinada a las relaciones lógicas más
rigurosas. Para dar respuesta al "por qué de los porqués", se debe
combinar los dos mecanismos epistemológicos primarios –la relación ontológica y
la relación causal– junto con el mecanismo secundario de la relación lógica, es
posible obtener un conocimiento unificado del universo. Así, debe formularse un
fundamento teórico y abstracto que debe ser crítico, es decir, debe responder
plenamente a la realidad. Debe contener relaciones causales pertinentes que
aporten certeza. Las relaciones lógicas deben estar desprovistas de errores. Preguntas como ¿qué es la vida?, ¿qué es el
universo? o ¿qué es el ser? Deben ser respondidas en forma objetiva y a posteriori.
La palabra “metafísica”, en el sentido aristotélico, se
usará como el ámbito de expresión más abstracto y sobre todo más trascendental
de la filosofía. Su función específica es el conocimiento que se puede obtener
(particularmente a partir de las conclusiones de la ciencia), pero llevado por
un punto de vista filosófico a una escala más abstracta, necesaria y universal,
en una máxima conceptualización de la realidad. El punto crítico de la
metafísica es hallar una idea tan trascendental, por lo universal y necesaria,
que pueda explicar la totalidad del universo y sus cosas. Si fuera imposible
este anhelo, entonces caeríamos en un relativismo insustancial. Mediante el
realismo monista que nos convoca de hacer depender la filosofía de la ciencia,
el conocimiento metafísico viene a identificarse con una teoría general del
universo, esto es, con una única ley natural de carácter universal y necesario
que rige todas las cosas, pero que no es evidente de forma inmediata.
El universo y sus cosas se nos presentan como caóticos.
Aparece como un desorden de mutabilidad y multiplicidad, de cambio y diversidad
sin sentido aparente. No obstante, en este caos nuestro intelecto persigue
encontrar el orden, la unidad y la invariabilidad, buscando darle racionalidad.
En este afán se presenta un primer problema. ¿Estas propiedades se encuentran
en la razón o en el universo y sus cosas? La historia de la filosofía, y
específicamente de la metafísica, tuvo justamente su comienzo con el primer
intento intelectual para hacer inteligible la aparente confusión del mundo
sensible. Pensamos que el orden y la unidad del universo y sus cosas están
justamente en el universo y sus cosas, pudiendo la razón encontrar aquello que
le confiere orden, unidad y permanencia.
Un segundo problema que se presenta para obtener racionalidad
es si esta característica trascendental de todas las cosas es una sustancia,
una fuerza o un atributo. Tales de Mileto (¿640-547? a. de C.) propuso que
dicha característica es una sustancia primitiva, de la cual todo se construye y
que identificó con el agua. Otros amigos de la sabiduría presocráticos
prosiguieron por la misma senda. Anaximandro (610-547 a. de C.) propuso el
infinito (apeiron). Anaxímenes de
Mileto (¿550?-480 a. de C.) supuso que es el aire. Empédocles (s. V a. de C.)
atribuyó esta propiedad a cuatro raíces: el fuego, el aire, el agua y la
tierra. Pitágoras (¿580-500? a. de C.) pensó que es el número. El mencionado
Anaxágoras, por su parte, creyó que el principio ordenador del universo es una
fuerza que la asemejó a una inteligencia (noús). Demócrito (s. V a. de C.)
sugirió más bien que la característica de todas las cosas es un atributo que
denominó átomo, aquello minúsculamente subsistente cuya identidad subsistiría
después de todas las divisiones que se pudieran hacer a una sustancia.
Heráclito (576-480 a. de C.) planteó otro atributo, el movimiento y el cambio (panta rei). Parménides (¿504-450? a. de
C.) expuso que tal atributo debía ser simple, inmóvil e inmutable, llevando la
discusión del atributo universal y necesario a escalas bastante más abstractas
que sus predecesores. Posteriormente, Platón lo atribuyó a la Idea (ideai), que tiene existencia en un mundo
no sensible. Aristóteles formuló la noción de que el ser de Parménides tiene la
característica de ser el atributo de todas las cosas, y muchos filósofos
posteriores siguieron sus pasos. Sin embargo, el problema es que de esta
embriagadora idea no se puede avanzar más. La noción de “ser” tiene la virtud
de referirse a todas las cosas, pero tiene el inconveniente que ella resulta
ajena a las relaciones causales.
Muchas veces los científicos son también metafísicos. Al
comienzo de la ciencia moderna Descartes expuso que la sustancia no es una sino
que son dos muy distintas, la res
cogitans, que es espiritual, y la res
extensa, que es material. Posteriormente, Isaac Newton (1642-1727) calculó
que no es una sustancia, sino que la fuerza de la gravitación universal. En
nuestra época, Alberto Einstein (1879-1955) propuso el continuo
espacio-temporal como la sustancia de la que el universo estaría compuesto. Me
gustaría proponer la idea que el principio fundamental del universo y de toda
la realidad es la energía. Ella es
primigenia porque es naturalmente anterior al universo. Ella es el fundamento
de aquél. Esencialmente, la energía es la irradiación del poder de Dios. Entre
muchos otros atributos ella es el principio activo de todo. Observemos que ella
no debe ser pensada como un fluido, ya que no posee ni tiempo ni espacio y,
siendo ella anterior a estos parámetros, no tiene ni volumen ni peso. Ella no
es amorfa, sino que contiene los códigos por los cuales se puede convertir en
las partículas fundamentales e intervenir en la evolución y complejificación de
la materia a partir de dichas partículas. El primer principio de la
termodinámica expone un muy relevante principio: “la energía no se crea ni se
destruye, solo se transforma”. En el universo ella (la energía cinética) está
presente cuando un cuerpo o partícula inicia, cambia o detiene su movimiento.
Ella realiza trabajo cuando es mayor que el nivel de energía del medio, que es
de la entropía o el equilibrio. Su efectividad está relacionada con su
intensidad y la funcionalidad del receptor. Para satisfacer las exigencias del
universo ella era y sigue siendo infinita en relación a su expansión y su evolución.
Ella no puede existir por sí misma y debe consecuentemente estar contenida o en
dependencia de algo; en el universo ese algo es la materia y su transformación.
Ciertamente, podemos conocer “la cosa en sí” kantiana,
pues si podemos conocer su función, también es posible conocer su principio.
Para ello, es necesario efectuar una relación ontológica tan abstracta y
universal como la que se necesita para llegar a predicar el “por qué es” de
todas las cosas. Digamos que definir las cosas por el ser no nos dice qué es la
cosa en sí. Para conocer la cosa en sí debemos primero entender que toda cosa
es funcional, es decir, es sujeto de fenómenos, porque es estructura y fuerza.
Estos atributos existen porque anterior al universo existe la energía. En la sección
“La mente” analizamos ya nuestra teoría de la complementariedad de la
estructura y la fuerza, pudiéndose afirmar que la cosa en sí no es un ente
inmutable y eterno. Todo ejercicio de fuerza produce cambio, aquello que hace
que la realidad aparezca tan caótica para alguien que no tenga una mentalidad
más científica.
Podemos sostener, en contra de Kant, que una proposición
necesaria no proviene de categorías subjetivas y apriorísticas, sino a posteriori del determinismo del
universo y de cómo funcionan todas las cosas. Así, por mucho que el sujeto que
conoce se aproxime a la realidad en forma parcial, según su propio modo
particular de conocer y desde una situación concreta del espacio y del tiempo,
y que viva además inmerso en una realidad en permanente transformación y
evolución, desde la cual es imposible mantener referencias absolutas, las
proposiciones necesarias pueden ser efectuados por nuestro intelecto únicamente
por razón del modo determinista y causal de funcionamiento del universo. Tras
entender el modo causal que tienen las cosas para relacionarse, entendimiento
hecho posible por la ciencia, podemos relacionar ontológicamente el principio
del actuar causal y predicar esta propiedad a todos los seres del universo. De
este modo, la complementariedad estructura-fuerza es el atributo unificador,
necesario y universal del universo y sus cosas. Surge como la explicación de
todas las relaciones causales, comprende los principios constituyentes del
universo y sus cosas, es a la vez el concepto de máxima abstracción de todas
las relaciones ontológicas y tiene la misma extensión que el concepto de ser.
Existen dos órdenes de proposiciones trascendentales que
lo seres humanos podemos conocer con absoluta verdad. Por trascendental debemos
entender que son proposiciones necesarias y que son válidas para el universo
entero. El primer orden pertenece a las leyes universales que llegamos a
expresar y formular como proposiciones. Estas proposiciones surgen del modo de
funcionar del universo y sus cosas y que podemos conocer a través de las
relaciones causales. Por ejemplo, “la temperatura de ebullición del agua a
presión atmosférica es de 100º Celsius”; “la fuerza de gravedad es directamente
proporcional a la masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia”;
“el agua son moléculas compuestas por dos átomos de hidrógeno y uno de
oxígeno”. Con el explosivo avance científico hemos podido llegar a conocer
incontables leyes universales.
El segundo orden pertenece a la metafísica. Estas
proposiciones, cuya cantidad es escasa en comparación con el primero, surgen
del modo de ser del universo y sus cosas y que podemos obtener a través de la
abstracción de relaciones ontológicas en su máxima universalización. Una parte
importante de estas relaciones ontológicas son necesariamente leyes
universales. Por ejemplo, “el universo es primordialmente energía”, “todas las
cosas del universo, incluido el mismo universo, son al mismo tiempo estructuras
y fuerzas”; “desde el extremo de la escala de la partícula fundamental hasta el
extremo de la escala universal del mismo universo todas las cosas están
compuestas por estructuras de una escala inferior y forman parte de una
estructura de escala superior”; “en razón a su capacidad intrínseca para ser
causa o efecto toda estructura es funcional”.
Entre estos dos órdenes de proposiciones trascendentales
existen diferencias. Por una parte, las proposiciones del primer orden
provienen del conocimiento experimental de las relaciones causales, mientras
las proposiciones metafísicas surgen de nuestra capacidad de abstracción y de
nuestro mayor o menor conocimiento de la realidad. Por otra parte, la escala de
una ley universal es siempre específica, mientras que la escala de una
proposición metafísica ocurre en un ámbito abstracto y de conocimiento que
considera todas las escalas. Esta particularidad es de capital importancia si
pretendemos llegar a conocer el universo y su significación última.
Al parecer, nunca será suficiente resaltar la crucial
importancia que tienen las proposiciones metafísicas en nuestra comprensión de
la realidad. Podremos llegar a conocer muy bien cómo el universo y sus cosas
funcionan a través del conocimiento de innumerables leyes naturales, pero este
conocimiento queda irremediablemente corto para entender qué es el universo y
sus cosas. Podremos dedicar muchos recursos y esfuerzos a desentrañar las
relaciones causales que rigen el universo, y así mejorar indudablemente
nuestras condiciones de supervivencia, pero si no efectuamos la compleja y
difícil tarea de alcanzar relaciones ontológicas cada vez más abstractas y, por
tanto, universales con gran sentido crítico de permanente referencia a la
realidad, nuestra vida se desenvolverá sin rumbo definido, sumergida en el mito
y en el relativismo.
La relación metafísica es la expresión más universal de
las relaciones ontológicas que son generadas precisamente por el pensamiento
filosófico y de las relaciones causales que proveen la ciencia. Pero mientras
la ciencia, empleando principalmente el método empírico, trata de la
universalización de la relación causal con el propósito de obtener la certeza
absoluta, la metafísica trata de la universalización de las relaciones
ontológicas con el propósito de conseguir la máxima conceptualización del
universo en procura de la unidad de la verdad. Estas diferentes funciones es lo
que distingue la metafísica de la ciencia.
En consecuencia, la primera condición de la relación
metafísica que tenga un sentido verdadero es que la misma pregunta "¿por
qué es?" que llega a formular surge del preguntarse ¿qué es? de la
filosofía, y "¿cómo es?" y también "¿por qué del cómo es?"
de la ciencia. La segunda condición es que la organización del conocimiento
metafísico debe depender de parámetros ontológicos que provengan de las
respuestas científicas establecidas y consolidadas en una estructura de
conocimiento en una escala superior desde donde se abre la posibilidad de dar
respuesta a la pregunta que formula la metafísica.
La importancia de situarse en la máxima escala posible de
las relaciones ontológicas que es dable derivar de las relaciones causales y
lógicas es doble. En primer lugar allí se puede obtener un conocimiento
conceptualizado y unificado de un universo puramente real, en contraposición
con el universo puramente ideal que encuentra el idealismo. También evita
categorías inmateriales impuestas a
fortiori, como forma, espíritu, etc. Por el contrario, lo múltiple y lo
mutable, formulados por la ciencia en hipótesis, modelos y teorías para obtener
las leyes que rigen el cambio, pueden adquirir un significado distinto cuando
se los somete a relaciones ontológicas que incorporan las categorías de la
complementariedad de la estructura y la fuerza, donde la causalidad del
universo juega un rol esencial, en vez de la noción de ser, que en su
inmutabilidad y unidad se vuelve hermética e ideal. Ello puede fundamentar la
respuesta al ¿por qué es? universal, dándole su verdadera significación.
En segundo lugar, el discurso ubicado en la escala máxima
de nuestro acercamiento cognoscitivo del universo es mucho más que el
metalenguaje de un lenguaje. La identificación de las relaciones ontológicas en
sus distintas escalas con lenguajes y metalenguajes pertenece a una concepción
del ser puramente nominal, incapaz de articular representaciones
trascendentales de las cosas objetivas y de otorgar al pensamiento primacía
sobre el lenguaje. En efecto, el discurso metafísico contiene herramientas
conceptuales suficientemente abstractas como para referirse a la totalidad del
universo sin exclusión y de manera necesaria.
Los conceptos de la complementariedad estructura y
fuerza, esto es, de la composición espacial de la estructura y su funcionalidad
y de la unidad última de la fuerza y su accionar en el tiempo, son tan
trascendentales como el concepto de ser, pero considerablemente más
significativos que éste, pues representan a la constitución íntima y
fundamental de todos los seres del universo. Así, lo trascendental en el
universo es ciertamente la complementariedad de la fuerza y la estructura. Sin
embargo, estas características provienen de los dos principios constitutivos
del universo, que son también trascendentales y que podemos comprender. Estos
son la materia y la energía. También las dimensiones que generan en su
interacción, que son el tiempo y el espacio, son trascendentales. El tiempo
mide la duración de un proceso, mientras que el espacio mide la extensión donde
se verifica dicho proceso, y sabemos que absolutamente todo en el universo está
continuamente cambiando dentro de procesos orgánicos. Adicionalmente, el
interactuar mismo es trascendental, que es la relación de la causa y su efecto.
Sobre todos estos trascendentales podemos tener conceptos, que son desde luego
muy abstractos y que conforman nuestras relaciones metafísicas.
La respuesta a la pregunta “¿por qué es?” está
comprendida gráficamente entre la abscisa de cantidad y la abscisa de
constitución, funcionamiento y desarrollo, para llegar a la relación causal,
puesto que está dirigida a estructurar sintéticamente tanto la universalidad de
las leyes como la universalidad de las significaciones. Desde la perspectiva
científica, la respuesta alcanza, primero, a la determinación del
funcionamiento de las cosas, en respuesta a la formulación de hipótesis, para
propender a través de modelos y teorías a la determinación de las leyes que
rigen el funcionamiento de las cosas dentro de todo el ámbito del universo.
Desde la perspectiva metafísica se llega a lo universal y necesario de las
cosas en función de la complementariedad de la estructura y la fuerza.
Aunque lo múltiple y lo mutable puede ciertamente
predicarse de la complejidad natural, lo que la caracteriza es la relación
causal: el tipo de fuerza, la escala de la estructura, la amplitud del proceso.
Ello exige del método científico un gran esfuerzo para penetrar en la
incertidumbre de lo indeterminado, lo relativo y lo complejo. La revolución
científica, que se propuso desentrañar de la realidad el ancestral caos, ha
efectuado avances enormes desde Galileo. Uno de los propósitos de la ciencia es
ordenar este aparente caos. Así, Linneo clasificó las especies del reino
vegetal y del reino animal. Mendeliev hizo lo propio con los elementos
químicos, estableciendo la tabla periódica. Los físicos atómicos todavía siguen
clasificando partículas subatómicas y los astrónomos, estrellas y galaxias.
Hasta el intrincado genoma humano ha sido clasificado. Otros de los propósitos
de la ciencia es el entender cómo funcionan las cosas. En este objetivo Darwin
develó el mecanismo de la evolución biológica, Bohr, la estructura atómica,
Freud, el subconsciente, Watson y Crick, la doble hélice del ADN.
Descartes, en los albores de la ciencia, intuyendo la
incertidumbre que había en ese campo del conocimiento, prefirió dar marcha
atrás para refugiarse únicamente en la coordenada de la cantidad, de lo
extenso, y dedicarse a buscar ideas claras y distintas, afirmando en primer
lugar que el ser depende del pensar. Su esfuerzo concerniente a buscar la
racionalidad del universo sigue siendo válido, a pesar de que en la actualidad
sabemos que en medio de su gigantesco desarrollo la ciencia penetra cada vez
más profundamente en lo complejo de la realidad. Sin embargo, para su
comprensión cabal la realidad depende de la mayor escala de abstracción que
podamos alcanzar en las relaciones ontológicas. Y en esta escala las ideas se
tornan nuevamente en claras y distintas cuando introducimos los conceptos de
estructura y fuerza.
Uno podría concluir que todo este gigantesco desarrollo
científico, que resalta la relación causal como la explicación del acontecer,
nos ha dado la sabiduría, mientras ha estado exterminando formalmente el mito.
Sin embargo podemos observar que la gente sigue atada irremediablemente a su
propia inveterada y arcaica cosmovisión. La razón es que la ciencia ha podido
demostrar efectivamente que la realidad resultó no ser caótica, sino que muy
compleja, siendo el caos sólo aparente. Pero al mismo tiempo, ella ha resultado
ser incapaz para responder a las últimas cuestiones, aquellas más
trascendentales para la existencia personal. De ahí que la metafísica esté
llamada a recuperar el sitial que tuvo en los momentos de mayor clarividencia
de la historia humana.
En resumen, la relación ontológica más universal de
todas, que es de la escala de abstracción máxima y que es, por lo tanto,
propiamente metafísica, debe estar firmemente asentada en las relaciones
causales que provee la ciencia si se desea llegar a determinar la verdadera
característica que hace de la multiplicidad y mutabilidad de la realidad tener
racionalidad. Esta relación ontológica más universal debe referirse cabalmente
al mundo real, y resulta ser falsa si contradice de alguna manera las
relaciones causales que descubre la ciencia. Precisamente, el mundo real es un
mundo de relaciones causales, y estas relaciones comprenden la materia y la
energía, el tiempo y el espacio y, en último término, la estructura y la
fuerza. En consecuencia, el problema que la metafísica debe resolver es ¿qué es
lo trascendental que tienen todas las relaciones causales para que puedan ser
representadas por una sola relación ontológica unificadora, aquélla de máxima
abstracción?
Un problema adicional es si acaso nuestro intelecto
abstracto y racional es el único instrumento que tenemos para encontrar el
sentido de las cosas. Debemos pensar que si nuestra “conciencia de sí,” en su
interacción con el universo, logra generar un conocimiento objetivo de la
realidad, nuestra “conciencia profunda” puede conocer la realidad desde otra
escala con una perspectiva misteriosa. Esta diferencia de escalas no se refiere
al tipo de conocimiento, sino que se refiere al tipo de conciencia. De este
modo, para la conciencia de sí, las relaciones ontológica, causal y lógica son
tan fundamentales que la definen. En cambio, para la conciencia profunda, lo
fundamental es la apertura humilde y sincera a lo misterioso de la realidad,
principalmente de aquélla que transciende al universo. La verdad objetiva,
objeto del conocimiento racional, es distinta de la verdad que surge en la
conciencia profunda que se sustenta en una actitud humilde de fe.
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